Cuatro meses y 14 días fue el tiempo que estuvimos juntas, uno de mis grandes amores en la vida, nos quisimos al instante, los animales nunca dejan de enseñarme sobre el amor, sus efectos, sus estragos, sus bondades, sus placeres y su dolor.
Churru era una diminuta y frágil chihuahua de 9 años. Aunque siempre tuvo una casa, no había conocido un hogar hasta que llegó a vivir con nosotros. Prefería una voz femenina y pronto encontró consuelo en mis brazos y en mi tono. Era una perrita triste y físicamente adolorida, víctima de la ignorancia humana, lo que la obligó a ser muy valiente. No le temía a los truenos ni a las lluvias torrenciales, pero ya no tendría que pasar por esos miedos sola; sus próximas tormentas las pasó acurrucada en la cama conmigo, cobijada y segura.
Curamos sus dientes, que no la dejaban comer y la habían llevado a una severa anemia. Una vez que se recuperó, su personalidad cambió por completo. Comenzó a vivir sin dolor, movía la cola de felicidad y empezó a expresar sus emociones. Descubrimos que amaba comer, como cualquier perrito sano. Daba vueltas de emoción cuando veía su plato aproximarse, comenzó a ladrar y gruñir, y dejó de temblar. Ya no se sentía vulnerable, ahora tenía la fuerza para demostrar cuando algo no le gustaba.
Desde el día en que nos conocimos, no nos separamos ni un solo momento, hasta el día en que la muerte me la arrebató inesperadamente. Nos queríamos profundamente, lo sé. Churru me amaba tanto como yo a ella. Sentía que mis piernas eran su lugar y ahora siento la falta de su calor cada vez que me siento.
Así de posible es el amor en todas sus formas, incluso hacia otra especie. Nada nos impide sentir algo tan increíble más que nuestros propios prejuicios. El mundo ha abierto su corazón a los perros, ¿por qué no hacerlo también con las demás especies?
La historia de Churru es un recordatorio de lo transformador que puede ser el amor, no sólo para los animales que lo reciben, sino también para quienes lo ofrecen. Los prejuicios nos limitan en cómo y hacia quiénes extendemos nuestra compasión. Si somos capaces de abrir nuestro corazón a una especie, como los perros, podemos imaginar lo mucho que ganaríamos y cuánto aliviaríamos el sufrimiento, si extendiéramos ese mismo amor y respeto a otras especies que también merecen vivir una vida libre de dolor. El verdadero desafío es aprender a ver a todos los seres vivos con el mismo valor y dignidad y reconocer que el amor no tiene barreras.
Y así entonces, Churru pasó como un cometa frente a mi vida y la iluminó por un momento.